La Causa Malvinas es sin dudas una arteria principal de la argentinidad. El anhelo por las islas australes es causa de unidad en el pueblo argentino y sin embargo hasta el día de hoy es un conflicto sin resolver, y no me refiero al conflicto bélico, sino más bien al conflicto de identidad con las islas. ¿Cuál es la categoría que representa la causa Malvinas para los argentinos, que casi constantemente subyugados por conflictos sociales y económicos, no son capaces de forma objetiva plantearse la cuestión fuera de la emotividad? Esta pregunta está planteada desde un punto de vista casi europeo. Los argentinos saben muy bien que Malvinas no es una cuestión emocional, casi un consuelo ante los fracasos de los ultimas décadas, una tierra prometida por la cual vale la pena creer. Malvinas es mucho más que eso. Malvinas es una Causa Nacional. La lucha por la soberanía ha movido desde el principio de la joven historia argentina a hombres y mujeres con conciencia nacional a mantener viva la memoria y la voluntad de no cesar hasta que el territorio nacional no esté completamente unido, completamente consumado. Malvinas es Unidad y Soberanía.
En un mundo en conflictos económicos y sociales, parece casi ilógico plantear un conflicto territorial, más cuando las guerras de estos días horrorizan a muchos que pensaban que los conflictos bélicos en occidente eran capítulos de la historia pasada. Argentina cuenta en este caso con dos argumentos muy genuinos que puede hoy llevar ante cada organismo internacional y discusión sobre la disputa territorial: la paz y el camino diplomático son los ejes para la solución del conflicto con el Reino Unido, mientras que paralelamente se brega en tomar conciencia que el colonialismo ya no tiene lugar en el siglo XXI. Golpear las puertas del mundo para denunciar la infamia de los que usurpan y ofenden. El mensaje es claro: “Una Nación unida que seguirá luchando. Reclamando en paz lo que le pertenece, lo que es justo, lo que tarde o temprano llegará”.
El maestro Borges supo inmortalizar la guerra con su gran capacidad de escritor en un poema, que nos da las pautas para entender la situación de aquella época extraña, un conflicto bélico tan triste e injusto:
Juan López y John Ward
Les tocó en suerte una época extraña.
El planeta había sido parcelado en
distintos países, cada uno provisto de lealtades,
de queridas memorias, de un pasado
sin duda heroico, de derechos, de agravios,
de una mitología peculiar, de próceres de
bronce, de aniversarios, de demagogos y de
símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos,
auspiciaba las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al
río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad
por la que caminó Father Brown.
Había estudiado castellano para leer
el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que
le había sido revelado en un aula
de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron
una sola vez cara a cara, en unas
islas demasiado famosas, y cada
uno de los dos fue Caín,
y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve
y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en
un tiempo que no podemos entender.
Jorge Luis Borges, 1985.
- Gabriel Valdez
- General