Wagner y yo: A 140 años de su paso a la inmortalidad

Wagner y yo: A 140 años de su paso a la inmortalidad

“A esos hombres serios sírvales para enseñarles que yo estoy convencido de que el arte es la tarea suprema y la actividad propiamente metafísica de esta vida, en el sentido del hombre a quien quiero que quede dedicado aquí este escrito, como a mi sublime precursor en esa vía”.

El nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche.

Hoy exactamente hace 140 años en Venecia daba su paso a la inmortalidad el Meister de la música, el Profeta de Bayreuth, Richard Wagner.
„Ich habe nie an meine Karriere gedacht, sondern nur an Wagner“ (Nunca pensé en mi carrera, sólo en Wagner) escribió uno de los mejores directores de orquesta del mundo y actual director musical del Festival de Bayreuth, Christian Thielemann, sobre su relación al genio alemán.
Escribir sobre Richard Wagner significa una gran empresa. Mucho se ha escrito ya sobre el Genie und Dämon der Deutschen (genio y demonio de los alemanes), pero una característica propia del gran compositor es que su fascinación es imperecedera, tiende a la locura estética, a un arraigo de la música con lo eterno.
Richard Wagner llegó a mi vida por el año 2010. No recuerdo muy bien como fué aquel encuentro de su música y su arte con las circunstancias de mi vida, pero aún tengo vivo en la memoria que Tannhäuser (1845) fué la primera obra que conocí del Maestro. Aún hasta hoy siento un estremecimiento al escuchar el Tannhäuser de Wagner. Una conmoción sentí al escuchar por primera vez en mi juventud aquellas notas divinas. Sentí como de pronto veía mi vida en una existencia arrojada, viví en piel propia como la música se convertía en placer elevado y como presentía una sensación de una Erlösung (redención) posible.

Tannhäuser es una ópera romántica de tres actos, donde la disputa entre el amor sagrado y lo profano ofrecen una belleza musical y un dramatismo fenomenal. Cansado de la sociedad, Tannhäuser busca una nueva libertad en su sueño. En el reino de Venus experimenta la lujuria y la destrucción del amor, el anhelo y el miedo. El mundo de Venus está dedicado exclusivamente a la sensualidad. Tannhäuser encontró su camino aquí como mortal, pero está cada vez más cansado de disfrutarlo y se esfuerza por regresar del paraíso artificial al mundo exterior. Ni siquiera las amenazantes predicciones de las amargas cosas que le esperan son capaces de detenerlo.


Luego cuando el mundo de Venus se hunde, Tannhäuser se ve transportado a un hermoso valle en Turingia al pie del Wartburg. En el siguiente acto, Tannhäuser encuentra por primera vez a Elisabeth y participa de un festival de canto, con cada uno de los participantes cantando sobre la naturaleza del amor. Sin embargo, cuando Tannhäuser debe hacer una alabanza del amor, confiesa lo que experimentó en Venusberg y canta las alabanzas de Venus, lo que produce asco e indignación general. Tannhäuser es condenado ante su confesión, pero el amor de Elisabeth y su ruego, le permiten sumarse al grupo de peregrinos que van a Roma a hacer penitencia y pedir perdón.


En el tercer acto, Elisabeth espera en vano a que vuelva Tannhäuser. Él no está entre los peregrinos que regresaron y que han encontrado la gracia en Roma. Desesperada, ella se retira, y en una canción triste, se canta la premonición de la muerte, que cubre el país como el amanecer: Elisabeth le había ofrecido su vida a la Virgen María por el perdón y la salvación de Tannhäuser. Un sacrificio de amor, donde lo sacro redime lo profano.
Harapiento y arrastrándose aparece Tannhäuser. Reconocido por su amigo Wolfram, le revela entre lamentos que el Papa no le ha concedido el perdón. En su desesperación, Tannhäuser busca una vez más el camino a Venus. Pero el grito de Wolfram del nombre „¡Elisabeth!“ hace desaparecer la mortal y tentadora ilusión. Venus ha desaparecido instantáneamente. Tannhäuser muere y le pide ayuda a Elisabeth con sus últimas palabras. Finalmente los peregrinos traen de Roma el bastón sacerdotal milagrosamente florecido, una señal de que el mismo Dios concedió la salvación a Tannhäuser.

Después de la alabanza del coro a Dios: „En lo alto del mundo está Dios, y su misericordia no es una burla“, la obra concluye con la frase „Der Gnade Heil ist dem Büßer beschieden, er geht nun ein in der Seligen Frieden!“ (La salvación por la Gracia se concede al penitente, ¡ahora entra en la paz bendita!).

Wagner und Ludwig II (© picture-alliance / akg-images)

Wagner y la filosofía

“…He aprendido mucho de mi amistad con él: es como dar un curso práctico de filosofía schopenhaeriana…”, (Nietzsche, 1998: 4). Estas palabras de Friedrich Nietzsche se refieren a Richard Wagner. El filósofo, que conoció muy bien a Richard Wagner y sintió gran fascinación por él en su juventud, llegó a pensar que Wagner sería una especie de redentor en la cultura de occidente.

Es Tristan e Isolda lo que convierte a Nietzsche en un ferviente admirador de Wagner y su elogio más grande lo podemos pensar desde su obra El nacimiento de la tragedia desde el espíritu de la música, donde el filósofo propone la duplicidad Apolo-Dionisos como principio generador del arte. Nietzsche piensa esta duplicidad desde la óptica de la estrecha relación que guarda la sensibilidad frente al dolor y la búsqueda inmensa de belleza en el pueblo griego. 

El pueblo griego conoció el horror y el espanto de la existencia y a ellos hizo frente. No desconoció, ni excluyó el pesimismo y el dolor del mundo, sino que a la esencia del mundo imprimió la fuerza suprema de la luz (Apolo) que en su ilusión crea las formas del arte. Y frente a esto está Dionisos, con su caos y cambio, que permite una visión de lo inconmensurable: “Esos dos instintos tan diferentes marchan uno al lado de otro, casi siempre en abierta discordia entre sí y excitándose mutuamente a dar luz frutos nuevos y cada vez más vigorosos, para perpetuar en ellos la lucha de aquella antítesis, sobre la cual sólo en apariencia tiende un puente la común palabra “arte”: hasta que finalmente, por un milagroso acto metafísico de la “voluntad” helénica, se muestran apareados entre sí, y en ese apareamiento acaba engendrando la obra de arte a la vez dionisíaca y apolínea de la tragedia ática.“ (Nietzsche, Friedrich. El Nacimiento de la Tragedia, Madrid, Alianza, 1995, p. 40)

Richard Wagner tenía una aspiración fundamental y trascendental de gran relevancia para todo el pensamiento desde el arte como totalidad: Gesamtkunstwerk. Esta aspiración a la obra de arte total sería alcanzada por Wagner, el primero en la historia, a través del resurgimiento de la tragedia griega. En la pasión y genio del compositor alemán se ve como esta obra de arte total no solo se fragua como drama musical (como quería llamarlo Wagner) sino también a través de una melodía sin fin (como lo llamaría Nietzsche) y sus Leitmotiv, los motivos conductores. La Gesamtkunstwerk wagneriana, es decir la unidad de la obra de arte total articulada por la música (musiké del griego y entendida como una actividad inspirada por las musas), debía tener un correlato perfectamente ajustado no solo en el texto en cuanto texto poético, sino también en los postulados ideológicos, políticos, que el mismo texto intentaba sustentar. Todo en una fusión a través de momentos melódicos de sentimiento con los Leitmotivs.

Como persona que se dedica a la filosofía, para mí Wagner tuvo también otras influencias. Su música y su pensamiento me llevaron al que fué su maestro filosófico e inspiración: Arthur Schopenhauer. Richard Wagner leyó El mundo como Voluntad y Representación en 1854 y describió el efecto de esta obra como “un impacto extraordinario y decisivo para el resto de mi vida”. Además cuenta que después de leer la obra magna de Schopenhauer volvió a su libreto de El Anillo del Nibelungo y vio que ya estaban en marcha en su escritura muchas nociones que había leído en El mundo como Voluntad y Representación. Según el filósofo alemán, gracias al arte dejamos de ser victimas de nuestros deseos, de nuestra Wille (Voluntad). La música es una forma de arte supremo, que opera a través de lo más auténtico con el sentimiento (Gefühl), primando los movimientos más subterráneos de la voluntad. Como indica Schopenhauer, “la música no habla de las cosas, sino del bienestar y de la aflicción en estado puro (únicas realidades para la voluntad), y por eso se dirige al corazón, pues no tiene mucho que decirle directamente a la cabeza” (HN III, p. 279). 

Son estas ideas las que inspiran a Richard Wagner para consagrarse a ser un verdadero artista de una obra total de arte, ser un Creador puro. Son quizás estas características las que hacen de la música wagneriana una enfermedad, un locura que te atrapa y no te deja, un éxtasis estético que lo cubre todo. Muchos han designado la fascinación por Wagner como una religión, una filosofía wagneriana, una Weltanschauung o concepción del mundo. Seguramente esos son los términos que yo también usaría si se me preguntara que significa hoy Wagner para mí. Finalmente y a modo de resumen me gustaría terminar este breve artículo sobre Richard Wagner con este poema de El Anillo del Nibelungo:

“¡Oh vosotros que aún estáis en la flor de la vida, raza poderosa, escuchadme!: cuando la ardiente pira haya consumido los cuerpos de Sigfrido y Brunilda y veáis a las hijas del Rin que llevan el anillo a lo profundo, mirad hacia el norte, a través de la noche. Si resplandece en el cielo fuego sagrado, contemplaréis el fin del Walhall. Mas si se desvanece, cual un soplo, la raza de los dioses, quedándose el mundo sin dominador, legaré a cambio, al universo el más sublime tesoro de un saber: no se halla la dicha en las riquezas, ni en el oro, ni en el divino esplendor, ni en las mansiones y pompas señoriales, ni en el poderío, ni en los engañosos lazos de pactos obscuros, ni en la dura ley de las hipócritas costumbres: la felicidad en la alegría y en el llanto solo la procura el amor”

(Wagner, Richard, El Anillo del Nibelungo, Traducido y analizado por Ernesto de la Guardia, Tomo II, Buenos Aires, Ricordi Americana, 1967, p. 205)

Bild Porträt: Imago / United Archives International

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